Zacarías Infante, Toroborto

El hombre se acercó a mí. Me saludó en forma cordial, sonrío. Me miró fijamente y me dijo:
–Soy Zacarías Infante, por favor, lea esto –y me pasó una hoja de papel un tanto arrugada:
«Cada ciudad debe sostener una clínica para prevenir el exceso de natalidad. Además, solo pueden tener hijos los individuos perfectamente conformados, previos exámenes de extraordinaria minuciosidad por parte de los médicos. Cada mujer ha de revelar oportunamente quién es el padre del ser que palpita en sus entrañas y si ni ella ni él reúnen las condiciones exigidas por esta disposición. El germen será anulado oficialmente».
-Eso lo leí en Barranquilla 2132, novela del colombiano, José Antonio Osorio Lizarazo –me dijo– quien anticipó esa condición social para el siglo XXII. Pero, ahora, en el siglo XXI, eso ya es una realidad.
Yo me quedé mirándolo, sin saber qué responder. El hombre, Zacarías Infante, me sonrío nuevamente.
–Soy médico como tú. Hace algún tiempo, no sé cuanto, nos cruzamos en estos pasillos. Hoy he querido saludarte y dejarte este legajo de papeles. Son tuyos, has lo que quieras con ellos. Yo me voy, no sé a dónde.

Recibí un fólder de cartón, viejo y con restos de sudor. Dentro de él hallé, pegadas unas hojas, un texto y muchos dibujos.
Al levantar mi vista, vi a Zacarías alejarse, caminar erguido y desaparecer al cerrarse una puerta de vidrio que lo transparentaba cada vez menos.
Ahora, lo que ese hombre me entregó está en tus manos.
Julián Figueroa
2023