Un hombre recibe el «llamado como persona elegida para ejercer el sacerdocio», al que responde desde la niñez de un escolar antioqueño con la lealtad de su fe y la lealtad para con el llamado del “Supremo Ordenador”. Y vaya Dios si lo intentó con alma, vida y corazón. Se esforzó por llegar a ser un sacerdote misionero hasta donde las dolorosas y equívocas contradicciones con sus superiores lo permitieron.
En su intento sobriamente honrado de responder a sus hijos, a su esposa y a quienes han hecho parte de su vida —por qué no llegó a ser el Padre que él mismo había creído ver en él, se vio llevado a escribir el libro que usted tiene entre sus manos.
«Padre, ¿cuál es la historia de esta familia que hemos llegado a ser?» fue la pregunta de su hijo que detonó la aventura creativa de responder por el apelativo de «Padre», que terminó por perder el sentido estrictamente clerical, y ser el de un padre de familia que consagró todo su amor a ella, con la misma transparente vitalidad con que ratifica su «real vocación, la de ser persona al servicio de los demás».
Alberto Rodríguez
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